domingo, 3 de mayo de 2009

El examen de Piacentini



La puerta se abrió con un chirrido que delataba a las claras, la falta de aceite en las bisagras. Es sabido que los presupuestos para las universidades públicas no suelen ser a menudo muy generosos. El profesor se colocó los lentes que colgaban sobre su pecho sin ni siquiera contemplar la multitud de estudiantes que esperaban su turno en el atestado pasillo. Esa actitud de intransigencia era fruto del cansancio y el fastidio que le producía la rutina del examen. Había aprendido a tomarse el dictado de clases de un modo más relajado, desde hace un tiempo, pero los exámenes eran algo que aun no había podido superar. A veces se veía desbordado por el comportamiento de los jóvenes, que lo privaban de su humor. De vez en cuando, algún iluminado se despachaba con una exposición interesante, pero la mayoría de los alumnos eran mediocres que se limitaban a saber lo justo y necesario, y repetían las lecciones con una tediosa mecanicidad que los aproximaba más a una Olivetti ET 60, que a la raza humana. Por supuesto también estaban los insoportables: inefables sabelotodos que tenían respuestas para todas las preguntas y que habían estudiado aún las mas remotas lecturas, aquellas que los estudiantes “normales” descartan, por falta de tiempo o interés.
Finalmente, con los lentes puestos, escudriñó por última vez la lista y llamó en voz alta: ¡Piacentini! El hombre en cuestión apareció de entre la multitud, pidiendo permiso, con un dejo de nerviosismo en la voz, algo perfectamente lógico en una instancia de este tipo para cualquier mortal. Se presentó con un “Si, soy yo” y el profesor, bajando los lentes con el dedo índice, desde la cuenca de sus ojos hacia la nariz, examinó con algo de desprecio la humanidad de Piacentini y lo invitó a entrar, de modo tácito: con los anteojos aún en su mano derecha, la extendió, indicándole el salón mientras lo instaba: “Por favor…”
Piacentini parecía ser un alumno regular: tal vez no fuera un bocho, pero probablemente tampoco fuera a repetir su examen como un loro parlanchín. Seguramente no había ido demasiado lejos en la investigación de los temas, pero parecía comprenderlos bien. La tensión típica en el comienzo de cualquier examen se diluyó y el profesor comenzó a sentirse a gusto. Se identificaba en algún punto con Piacentini, ya que le recordaba a él mismo en su época de estudiante, cuando pensaba convertirse en un profesional exitoso. Después, la frustración de no conseguir un trabajo estable lo llevó a convertirse en un enseñante. No le desagradaba la tarea, excepto por los exámenes, pero tampoco era lo que quería hacer. De todos modos, era ya tarde para cambiar.
El examen iba bastante bien y el maestro comenzó a sentir curiosidad sobre la vida del joven. Entonces, en un momento, el pupilo bostezó y el profe aprovechó la oportunidad para indagar un poco sobre su vida privada:
- ¿Durmió poco anoche? – preguntó. Piacentini, algo sorprendido, dudó en responder. No imaginaba tal pregunta.
- Si, algo así – respondió.
- Ajá. ¿Estuvo estudiando hasta tarde, entonces? – insistió el profesor, como quien no quiere la cosa. A Piacentini le resultaba muy extraña la situación, pero era de entrar en confianza rápidamente, y teniendo en cuenta que el examen iba bastante bien, se sintió cómodo y largó su verdad:
- La verdad que no…
- ¿Y entonces? – curioseó, aún mas, el profesor.
- Bueno… la verdad es que estuve en un cumpleaños familiar… no podía faltar, y bueno… ud. vió como es, siempre terminan más tarde de lo que uno piensa… - se defendió Piacentini.
-Ah, un cumpleaños familiar, entiendo… ¿Y quien era el agasajado, si se puede saber? – indagó el profesor en un nivel increíble de confianza, aunque con respeto.
-Ehmm… - Piacentini se tomó la cara para simular cansancio y finalmente concluyó: - Mi tío, si, mi tío Mario, hermano de mi mamá…
-Ah, está bien… ¿Está seguro, no? ¿No me está mintiendo? – Los ojos del profesor se achicaron como un par de maníes sin cáscara, queriendo escarbar en lo más profundo del alma de Piacentini, con tan solo una mirada. Este no pudo evitar que se le escapara la mueca de una sonrisa y aún a riesgo de saber que estaba haciendo algo “políticamente incorrecto”, entró increíblemente en confianza y largó:
- No, disculpe, realmente fue un cumpleaños, pero no fue de mi tío, sino de un amigo…
-Ah, veo… - respondió el docente, sin inmutarse.
-Si, realmente es un gran amigo y no quería faltar, traté de irme temprano, pero ud. sabe… - volvió a escudarse Piacentini.
-Si, si… sé como es – respondió el profesor. –Yo también fui alumno alguna vez. Bueno, no se ría… hace mucho tiempo ya…
-Claro, me imagino
-¿Qué se imagina? – requirió el profesor.
-No, eso… que Ud. también fue alumno alguna vez…
-Ah, por supuesto. Si, así es… pero no era como ahora… - Piacentini, que parecía tonto por momentos, pero no lo era, comenzó a intuir que el profesor se había puesto nostálgico y que por alguna extraña razón lo había elegido a él para hacerlo oyente obligado de sus anécdotas estudiantiles. Sin saber muy bien que esperar, se dispuso a tratar de prestarle la mayor atención, pues el examen aun no había terminado y quería caerle lo más simpático posible, con vistas a asegurar la nota.
-Ahora ustedes tienen la posibilidad de volverse cada fin de semana… con sus familias…
-Si… bueno, igual yo soy de acá – aclaró Piacentini.
-No importa, yo no. – respondió el maestro, abrupto.
–Y muchos de tus compañeros tampoco, seguramente. – Piacentini sintió que había metido la gamba y se llamó a silencio. –Cuando tenía tu edad… – continuó el profesor –Yo tenía que laburar para estudiar. Laburaba de mozo en la Chopería Blanco, preguntale a tu viejo, seguro la debe conocer. Creo que todavía existe… - El alumno asintió con la cabeza. –Yo, para volver a Godeken, mi pueblo, ¡Meses tenía que esperar! ¿Y mirá que no es tan lejos, eh? Pero era distinto… había que hacer dedo para que te lleven… los colectivos eran pocos y caros. – Piacentini percibió algo de resentimiento en el relato, pero el profe siguió:
-Ahora he oído que hacen fiestas los jueves, peñas… ¡Los jueves! Nosotros con suerte salíamos los sábados, si no teníamos que trabajar… Y el estudio, bueno, eso era otro tema… ahora tienen fotocopias… en mi época, ¡Te tenías que internar en la biblioteca para hacer resúmenes! – el profe levantó la voz y el alumno comenzó a sentirse incómodo.
–Y después algunos se quejan porque la bibliografía es excesiva, dicen… ¡Excesiva! – El profe se levantó de la silla y comenzó a caminar por el salón vacío, ofuscado. Piacentini lo contemplaba con algo de miedo.
–¿Vos sabés lo que era bancarte eso? – le preguntó al alumno, pero éste no se animó a contestar, supuso era una de esas preguntas que no se responden, solo se callan. El profe ni lo miró, solo observaba a través de la ventana. De repente, pareció calmarse y tomó una silla sobre el respaldo inclinándose levemente hacia adelante. Pero pronto estalló: pateó la silla a un costado y gritó:
-¡No tienen ni la más puta idea de lo que es estudiar! – Piacentini estaba atónito. No podía creer como se había degenerado la situación. Pensó en tratar de calmarlo, pero no lo conocía lo suficiente y el hombre parecía furioso. Rápidamente comprendió que se trataba de alguien que había sufrido mucho. Pero continuó:
-¿Sabés lo que pasa Piacentini? – se acercó al alumno y, señalándolo repetidamente en el pecho con el dedo índice, le aclaró: –La culpa es de los padres… les dan todo: el depto, la plata para el viaje, los apuntes, la pilchita, les mandan tartas, algunos hasta auto tienen! Así se echan a perder, viejo… el esfuerzo no vale un carajo... no vale un carajo… - ahora parecía calmarse, mientras la multitud que se agolpaba afuera, expectante, observaba con asombro. Piacentini les hizo un gesto de que estaba todo bien, como en esas películas malas yanquis donde el chico bueno cobra algún sopapo y entonces todos quieren salir en su defensa, pero él los para y les hace entender que la cuestión, de ahí en más es “personal” y que se las arregla solo. Piacentini se percató de que debía seguirle el juego.
-Profesor, no se ponga así, Ud. tiene razón… los tiempos cambian, ya no es como antes… - el profesor se quedó en silencio, mirando hacia el pizarrón, de espaldas al evaluado, como asintiendo. Piacentini entendió que debía continuar. –Hoy en día es muy difícil, los jóvenes están sobreestimulados por un montón de cosas: las drogas, el dinero fácil, el sexo fácil, el juego, internet… es un sistema perverso verdaderamente…
-Muy perverso… - respondió el profesor. –Por eso hay que esforzarse…
-Es verdad, mire… yo quiero decirle, con todo respeto, que admiro su trabajo. El suyo y el de todos los docentes de esta facultad… es en verdad una función social muy importante la que cumplen ustedes… - Piacentini estaba haciendo méritos para aprobar.
-Yo le agradezco Piacentini, Ud. me cae bien… - el profesor volvió a tratarlo de Ud. como si recuperara la cordura después de transformarse en Mr. Hyde un rato. –Si supiera lo duro que es, a veces… - respondió como resignado.
-Me imagino, profesor, me imagino… - asintió comprensivo Piacentini.
El profesor retomó su asiento y en silencio pero sin vacilaciones asentó la nota de Piacentini, primero en su libreta y luego en la lista. Apenas hubo terminado, se la entregó y le dijo, casi sin mirarlo…
-Puede irse Piacentini, está muy bien… lo felicito.
-Gracias, profesor, hasta luego… - Piacentini se levantó del banco y se dirigió hacia la puerta sin mirar la nota. Cuando iba a girar el picaporte, el profesor lo llama…
-Ehm… Piacentini… - lo requirió dubitativo.
-Si…?
-Para esa peña que arman ustedes los jueves a la noche… ¿Hay que sacar anticipadas? – preguntó el profesor, curioso pero con firmeza, algo inexperto.
-Profe… para usted, es gratis… - Piacentini le guiñó un ojo y se retiró. En su libreta ya tenía el primer 10 de su carrera. Sería también el único.

2 comentarios:

Polanesa dijo...

Que bajón que es cuando comparan el esfuerzo que había que hacer para todo antes, con la comodidad que existe hoy... hay una diferencia muy grande pero eso no significa que no existan trabas. Tal vez menos opresivas, pero mucho más perversas.

De todas formas la juventud se va al carajo, jaja. Y muchos profesores también. Yo creo que debería estar prohibido dedicarse a la enseñanza sin vocación o, aunque sea, una mínima disposición. Especialmente en la primaria.

Pero bueno, la educación está toda agujereada, no se puede pedir mucho más.

Saludos!!

Dafne dijo...

bueno che! tu escritura es muy agradable, tienes talento, manten asi cada dia mejor. saludos desde aca.