lunes, 11 de mayo de 2009

La resaca del clásico


Respecto al partido, no queda mucho por decir, fue un empate, Newell's tuvo sus chances, no las aprovechó, y Central con desprolijidad, sin mucha idea, pero con corazón, logró empatarlo. Se salvó un empate, no es para festejar como hacen los primos. Sirve, porque el partido pintaba malo para las huestes de Miguel Angel. Pero lo que más me interesa es el tema de la violencia y las hinchadas visitantes, locales o marcianas:
Mucho se ha hablado en la semana de si podía jugarse o no el clásico, que si iba a ser un guerra, seguro iba a haber problemas, que los dirigentes son unos irresponsables, bla bla bla... La decisión de Usandizaga, puede tomarse como "poco amistosa" o como quieran llamarla, por como venían dandose las relaciones con Newell's. Sin embargo, en ningún momento faltó el respeto a Llorente, y no hizo nada ilegal, más que atender las demandas de sus propios socios (ni siquiera de sus hinchas).
Durante el partido quedó comprobado que el problema no son las entradas de más ni de menos, sino la gente. Hay mucha pelotudez en algunas cabezas, y yo no me incluyo en esta locura. Tras el partido los hinchas leprosos destrozaron los baños, butacas y todo lo que tuvieron a mano, y esto es algo que viene ocurriendo cada vez que vienen al Gigante. Recordemos la destrucción del frente de la sede de calle Mitre en la semana. Entonces me pregunto... ¿Hasta cuando va a haber que bancarse esto? ¿Que los salvajes rompan y paguen todo los demás? Cualquiera de las 2 hinchadas, eh! ¿Que la ciudad quede cautiva de un partido de fútbol por 24 horas? Todos sabemos que en Rosario es así. Que no puede haber clásicos de verano porque es para kilombo. Después salen a decir "Y, pero sin hinchadas visitantes, no hay folclore" es verdad... pero ¿como separar el "folclore" de la violencia? Andá a explicarselo a uno de esos energúmenos que gritan colgados de un paravalanchas...Yo no veo otra solución, a menos que quieran seguir pagando por la locura de estos enfermos. No se puede terminar un clásico sin problemas. No podemos manejar el clásico, nuestro propio clásico. Se nos fue de las manos. No podemos, o no queremos hacerlo. ¿Que vamos a hacer? Lo estamos aceptando como algo normal, eso es lo peor de todo... Todos sabemos que hay que excluir a los violentos del fútbol. Pero muchos reaccionan violentamente y no son barras. Esto no es fácil, es fruto de una sociedad enferma de violencia y de estupidez. Es algo que no podemos manejar. Que lástima, la verdad, que lástima por el fútbol...

jueves, 7 de mayo de 2009

Diferencias


En la previa del clásico, se me ocurrió traer a colación un texto de Elvio Gandolfo, que leí hace un tiempo. Gandolfo es un escritor nacido en Rosario, hincha de Newell's para ser más precisos, y en este relato que el titula "El visitante" deja impresión de lo que es para el ser hincha de Newell's y sus diferencias con los de Central. Mi intención no es criticarlo, sino al contrario, creo que tiene razón: me parece que expone muy bien las características de unos y otros. Verán por ustedes mismos...
Al principio aclara que, "en su familia eran todos de Ñúbel, y para no armar más lío en los almuerzos, él también lo era", cabal demostración de la convicción que lo impulsaba a hinchar por "Ñúbel", como él lo llama. Sin embargo después aclara que "a esta altura reconozco que soy de Ñuls, no solo para no armar lío en los almuerzos". Menos mal.
Después, Elvio se refiere a los nombres de los clubes. Dice que Ñúbel es en realidad "Newell's Old Boys, en inglés, claro, abreviable a Núbel o Ñuls". Un nombre fóraneo del cual Gandolfo parece jactarse, sobre todo por su originalidad, ya que después al hablar de Central, considera "astuto" al que bautizó el club, ya que "al nombre de la ciudad solo le aditó ese "Central" que no cuesta asociar con un intento de ganar siempre por adelantado", según sus palabras. Gandolfo, o no sabe o no quiere saber, que en realidad ese no era el nombre original del club y que fue fruto de una derivación, de un "acriollamiento" que sufrió el nombre original, ya que se trataba de un club de obreros ferroviarios, de ahi venía el nombre de "Central": del "Central Argentino". "Acriollamiento" que en "Ñúbel", nunca sucedió, por cierto. Más que un intento de ganar por adelantado, creo que se trata de una identificación con la ciudad muy fuerte, que si bien tal vez fue inconsciente al principio, se consolidó con el tiempo y se manifestó en la necesidad de modificar el nombre por uno más "criollo". No parece haber sucedido lo mismo con Newell's, que conserva su nombre inglés sin ninguna referencia a su ciudad de origen. Diferencias
Después hace referencia a la ya archiconocida etimología de los apodos: "leprosos" y "canallas". Que los de Newell's aceptaron jugar un partido a beneficio de un leprosario y los de Central no. Hay otra historia menos conocida, que cuenta cuando los muchachos de Central pasaban frente a la puerta del colegio de don Newell, les gritaban "leprosos", ya que los altos muros que rodeaban el colegio daban la impresión de que se trataba de un leprosario. Desde adentro, les respondían: ¡Canallas! Tal era el cáracter cerrado y elitista de los que practicaban el fútbol puertas adentro, en un colegio inglés. Diferencias.
Luego se trata también el tema de los colores: Gandolfo declara que "...detesta el color azul y amarillo huevo", creo que queda claro... pero continúa y dice: "...excepto que estén en su lugar: un cartelón, un parque de diversiones, algún circo" Y tiene razón: son colores alegres, es el carnaval, la expresión popular, la gente en la calle, exteriorizando su alegría. Eso es Central. Don Isaac Newell en cambio, optó por el rojo, uno de los colores de la bandera inglesa, y el negro, por la bandera alemana, nacionalidad de su esposa. Más diferencias.
El escritor aclara que "...estuve yendo de visita en los últimos dos o tres años con frecuencia a Rosario..." y que "...empecé a venir más y por lo tanto a empaparme, sin dejar de ser un visitante". Justamente ese es el título del relato: "El visitante". Pero Gandolfo tiene más ejemplos: habla de Marcelo Bielsa, ídolo leproso, a quien el denomina "el profeta". Y sobre él, dice: "Desde hace años, como corresponde, el profeta vive en el exilio, no en su tierra, en su ciudad". Y hablando de ídolos continúa: "El placer, por ejemplo, de imaginar aquella vieja película de Maradona jugando de pibe, amasándola, moviéndola, acariciándola, alegre, con una camiseta de Ñúbel, aplicada por computadora, sin falsificar demasiado las cosas, porque el rojo y el negro lo estaban esperando lejos, sin presionar, sin insistir demasiado, más allá de años y desvíos." Esos son los ídolos de Newell's. Ídolos distantes, que hay que imaginarlos por computadora, lejanos y que poco o nada tienen que ver con la historia de la ciudad. Fugaces vienen, pasan y se van. Hay otro gran escritor, Roberto Fontanarrosa, también rosarino, el era hincha de Central y nunca se quiso ir de Rosario. Hay otros ídolos "canallas" como Aldo Poy y don Angel Tulio Zof: Poy se refugió en la isla para no irse de Rosario, y de Central. Y Zof, estuvo dirigiendo hasta los 77 años y fue declarado "ciudadano ilustre". Diferencias.
Pero insisto, esto no es una crítica, Gandolfo sigue teniendo razón: el dice que en la época de Bielsa cuando Newell's ganaba campeonatos, "se dieron vuelta las hinchadas": las masas pobres que vinieron del norte a trabajar en el boom de la construcción de Rosario, se hicieron de Newell's por el sutil rechazo de los canallas, demasiado oriundos, demasiado rosarinos. Y aclara: "allí empezó a haber dos barras bravas".Más diferencias.
Por último, Gandolfo se pregunta si podría existir Central sin Newell's: "...cabría preguntarse si existiría Central en caso de no existir los leprosos como desafío, como camorra de una forma de vida tan distinta, una vida que incluye la posibilidad de existir sin Central." Aquí creo que es en lo único que se equivoca. Central no es solo anterior a Newell's por una cuestión fundacional. Lo es porque naturalmente es así: Central siempre fue pionero. Primer equipo del interior del país en ganar un torneo local, primer equipo del interior del país en ganar un torneo internacional, más clásicos ganados, un mundial jugado en Arroyito...
Entre Central y Newell's hay diferencias, está claro. Gandolfo lo sabe. Hay dos veredas en Rosario. Está claro lo que representa una y lo que representa la otra. Yo vivo orgulloso de ser de Rosario... y de Central!

miércoles, 6 de mayo de 2009

El show debe continuar...



Yo ya no entiendo más nada
he estado viendo las noticias
y mi cabeza se desquicia
a donde llega la pavada...
¿Nacha Guevara diputada?
parece ser comprometida
aunque no la votaría
a los famosos se han acercado
buen manotazo de ahogado
para un barco que se hundía

Me parece un poco exagerado
ir a buscar a la Calabró y a la del Boca
¿Quien carajo es que las vota?
esa estrategia ya se ha usado
con patéticos resultados
ahi están Palito y Riki Maravilla
eran del Carlo sus dos astillas
sigamos jodiendo con los artistas
usando su fama en las listas
creando políticos de pacotilla

Algunas cosas suenan locas
si Hollywood sería Palermo
y a Obama lo votan lo' negro'
¿A don Nestor quién lo vota?
¿Susana Giménez o la Tota?
es aún peor que antes
esa amenaza constante
o don "K" o el precipicio
un apriete sin desperdicio
y los rehenes son votantes

domingo, 3 de mayo de 2009

El examen de Piacentini



La puerta se abrió con un chirrido que delataba a las claras, la falta de aceite en las bisagras. Es sabido que los presupuestos para las universidades públicas no suelen ser a menudo muy generosos. El profesor se colocó los lentes que colgaban sobre su pecho sin ni siquiera contemplar la multitud de estudiantes que esperaban su turno en el atestado pasillo. Esa actitud de intransigencia era fruto del cansancio y el fastidio que le producía la rutina del examen. Había aprendido a tomarse el dictado de clases de un modo más relajado, desde hace un tiempo, pero los exámenes eran algo que aun no había podido superar. A veces se veía desbordado por el comportamiento de los jóvenes, que lo privaban de su humor. De vez en cuando, algún iluminado se despachaba con una exposición interesante, pero la mayoría de los alumnos eran mediocres que se limitaban a saber lo justo y necesario, y repetían las lecciones con una tediosa mecanicidad que los aproximaba más a una Olivetti ET 60, que a la raza humana. Por supuesto también estaban los insoportables: inefables sabelotodos que tenían respuestas para todas las preguntas y que habían estudiado aún las mas remotas lecturas, aquellas que los estudiantes “normales” descartan, por falta de tiempo o interés.
Finalmente, con los lentes puestos, escudriñó por última vez la lista y llamó en voz alta: ¡Piacentini! El hombre en cuestión apareció de entre la multitud, pidiendo permiso, con un dejo de nerviosismo en la voz, algo perfectamente lógico en una instancia de este tipo para cualquier mortal. Se presentó con un “Si, soy yo” y el profesor, bajando los lentes con el dedo índice, desde la cuenca de sus ojos hacia la nariz, examinó con algo de desprecio la humanidad de Piacentini y lo invitó a entrar, de modo tácito: con los anteojos aún en su mano derecha, la extendió, indicándole el salón mientras lo instaba: “Por favor…”
Piacentini parecía ser un alumno regular: tal vez no fuera un bocho, pero probablemente tampoco fuera a repetir su examen como un loro parlanchín. Seguramente no había ido demasiado lejos en la investigación de los temas, pero parecía comprenderlos bien. La tensión típica en el comienzo de cualquier examen se diluyó y el profesor comenzó a sentirse a gusto. Se identificaba en algún punto con Piacentini, ya que le recordaba a él mismo en su época de estudiante, cuando pensaba convertirse en un profesional exitoso. Después, la frustración de no conseguir un trabajo estable lo llevó a convertirse en un enseñante. No le desagradaba la tarea, excepto por los exámenes, pero tampoco era lo que quería hacer. De todos modos, era ya tarde para cambiar.
El examen iba bastante bien y el maestro comenzó a sentir curiosidad sobre la vida del joven. Entonces, en un momento, el pupilo bostezó y el profe aprovechó la oportunidad para indagar un poco sobre su vida privada:
- ¿Durmió poco anoche? – preguntó. Piacentini, algo sorprendido, dudó en responder. No imaginaba tal pregunta.
- Si, algo así – respondió.
- Ajá. ¿Estuvo estudiando hasta tarde, entonces? – insistió el profesor, como quien no quiere la cosa. A Piacentini le resultaba muy extraña la situación, pero era de entrar en confianza rápidamente, y teniendo en cuenta que el examen iba bastante bien, se sintió cómodo y largó su verdad:
- La verdad que no…
- ¿Y entonces? – curioseó, aún mas, el profesor.
- Bueno… la verdad es que estuve en un cumpleaños familiar… no podía faltar, y bueno… ud. vió como es, siempre terminan más tarde de lo que uno piensa… - se defendió Piacentini.
-Ah, un cumpleaños familiar, entiendo… ¿Y quien era el agasajado, si se puede saber? – indagó el profesor en un nivel increíble de confianza, aunque con respeto.
-Ehmm… - Piacentini se tomó la cara para simular cansancio y finalmente concluyó: - Mi tío, si, mi tío Mario, hermano de mi mamá…
-Ah, está bien… ¿Está seguro, no? ¿No me está mintiendo? – Los ojos del profesor se achicaron como un par de maníes sin cáscara, queriendo escarbar en lo más profundo del alma de Piacentini, con tan solo una mirada. Este no pudo evitar que se le escapara la mueca de una sonrisa y aún a riesgo de saber que estaba haciendo algo “políticamente incorrecto”, entró increíblemente en confianza y largó:
- No, disculpe, realmente fue un cumpleaños, pero no fue de mi tío, sino de un amigo…
-Ah, veo… - respondió el docente, sin inmutarse.
-Si, realmente es un gran amigo y no quería faltar, traté de irme temprano, pero ud. sabe… - volvió a escudarse Piacentini.
-Si, si… sé como es – respondió el profesor. –Yo también fui alumno alguna vez. Bueno, no se ría… hace mucho tiempo ya…
-Claro, me imagino
-¿Qué se imagina? – requirió el profesor.
-No, eso… que Ud. también fue alumno alguna vez…
-Ah, por supuesto. Si, así es… pero no era como ahora… - Piacentini, que parecía tonto por momentos, pero no lo era, comenzó a intuir que el profesor se había puesto nostálgico y que por alguna extraña razón lo había elegido a él para hacerlo oyente obligado de sus anécdotas estudiantiles. Sin saber muy bien que esperar, se dispuso a tratar de prestarle la mayor atención, pues el examen aun no había terminado y quería caerle lo más simpático posible, con vistas a asegurar la nota.
-Ahora ustedes tienen la posibilidad de volverse cada fin de semana… con sus familias…
-Si… bueno, igual yo soy de acá – aclaró Piacentini.
-No importa, yo no. – respondió el maestro, abrupto.
–Y muchos de tus compañeros tampoco, seguramente. – Piacentini sintió que había metido la gamba y se llamó a silencio. –Cuando tenía tu edad… – continuó el profesor –Yo tenía que laburar para estudiar. Laburaba de mozo en la Chopería Blanco, preguntale a tu viejo, seguro la debe conocer. Creo que todavía existe… - El alumno asintió con la cabeza. –Yo, para volver a Godeken, mi pueblo, ¡Meses tenía que esperar! ¿Y mirá que no es tan lejos, eh? Pero era distinto… había que hacer dedo para que te lleven… los colectivos eran pocos y caros. – Piacentini percibió algo de resentimiento en el relato, pero el profe siguió:
-Ahora he oído que hacen fiestas los jueves, peñas… ¡Los jueves! Nosotros con suerte salíamos los sábados, si no teníamos que trabajar… Y el estudio, bueno, eso era otro tema… ahora tienen fotocopias… en mi época, ¡Te tenías que internar en la biblioteca para hacer resúmenes! – el profe levantó la voz y el alumno comenzó a sentirse incómodo.
–Y después algunos se quejan porque la bibliografía es excesiva, dicen… ¡Excesiva! – El profe se levantó de la silla y comenzó a caminar por el salón vacío, ofuscado. Piacentini lo contemplaba con algo de miedo.
–¿Vos sabés lo que era bancarte eso? – le preguntó al alumno, pero éste no se animó a contestar, supuso era una de esas preguntas que no se responden, solo se callan. El profe ni lo miró, solo observaba a través de la ventana. De repente, pareció calmarse y tomó una silla sobre el respaldo inclinándose levemente hacia adelante. Pero pronto estalló: pateó la silla a un costado y gritó:
-¡No tienen ni la más puta idea de lo que es estudiar! – Piacentini estaba atónito. No podía creer como se había degenerado la situación. Pensó en tratar de calmarlo, pero no lo conocía lo suficiente y el hombre parecía furioso. Rápidamente comprendió que se trataba de alguien que había sufrido mucho. Pero continuó:
-¿Sabés lo que pasa Piacentini? – se acercó al alumno y, señalándolo repetidamente en el pecho con el dedo índice, le aclaró: –La culpa es de los padres… les dan todo: el depto, la plata para el viaje, los apuntes, la pilchita, les mandan tartas, algunos hasta auto tienen! Así se echan a perder, viejo… el esfuerzo no vale un carajo... no vale un carajo… - ahora parecía calmarse, mientras la multitud que se agolpaba afuera, expectante, observaba con asombro. Piacentini les hizo un gesto de que estaba todo bien, como en esas películas malas yanquis donde el chico bueno cobra algún sopapo y entonces todos quieren salir en su defensa, pero él los para y les hace entender que la cuestión, de ahí en más es “personal” y que se las arregla solo. Piacentini se percató de que debía seguirle el juego.
-Profesor, no se ponga así, Ud. tiene razón… los tiempos cambian, ya no es como antes… - el profesor se quedó en silencio, mirando hacia el pizarrón, de espaldas al evaluado, como asintiendo. Piacentini entendió que debía continuar. –Hoy en día es muy difícil, los jóvenes están sobreestimulados por un montón de cosas: las drogas, el dinero fácil, el sexo fácil, el juego, internet… es un sistema perverso verdaderamente…
-Muy perverso… - respondió el profesor. –Por eso hay que esforzarse…
-Es verdad, mire… yo quiero decirle, con todo respeto, que admiro su trabajo. El suyo y el de todos los docentes de esta facultad… es en verdad una función social muy importante la que cumplen ustedes… - Piacentini estaba haciendo méritos para aprobar.
-Yo le agradezco Piacentini, Ud. me cae bien… - el profesor volvió a tratarlo de Ud. como si recuperara la cordura después de transformarse en Mr. Hyde un rato. –Si supiera lo duro que es, a veces… - respondió como resignado.
-Me imagino, profesor, me imagino… - asintió comprensivo Piacentini.
El profesor retomó su asiento y en silencio pero sin vacilaciones asentó la nota de Piacentini, primero en su libreta y luego en la lista. Apenas hubo terminado, se la entregó y le dijo, casi sin mirarlo…
-Puede irse Piacentini, está muy bien… lo felicito.
-Gracias, profesor, hasta luego… - Piacentini se levantó del banco y se dirigió hacia la puerta sin mirar la nota. Cuando iba a girar el picaporte, el profesor lo llama…
-Ehm… Piacentini… - lo requirió dubitativo.
-Si…?
-Para esa peña que arman ustedes los jueves a la noche… ¿Hay que sacar anticipadas? – preguntó el profesor, curioso pero con firmeza, algo inexperto.
-Profe… para usted, es gratis… - Piacentini le guiñó un ojo y se retiró. En su libreta ya tenía el primer 10 de su carrera. Sería también el único.